Ehh... mi información... según esto

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D.F., Mexico
Intentaré ser lo más exacta posible, pero con tan poco espacio no prometo nada, jaja, vean, sólo puedo poner 1200 carácteres, y, escribo tanto, tengo tantas cosas que decirles que simplemente no me caben, jaja Esta bien, les diré que me gusta leer, algo demasiado obviooo, también escribir, jaja, y... me gusta... el helado, aahhh, sobre esto, tengo que decirles que soy un helado de uva karateca, jaja, y además sepó(no hay otra forma de escribirlo) rico, jaja, y también me gusta reirme de todo, comer chocolate, pastel y cantar, bambambam barararararara, y así mientras bailo, jajaja Por último!!! deseo ser vagabunda o trotamundos, jaja, aunque lo segundo suena más bonito, así que me gustaría que me regalaran un bastón negro para cuando ejerza mi profesión o unos tennis-botas con suelas enormes para poder subir montañas y vadear rios, jaja

26/10/08

Ciudad del Este V


Tenía el cuerpo entumido después de haber pasado tanto tiempo en la misma posición. El frío y la humedad del suelo se colaban por mi piel…
No podía ver nada, el lugar era pequeño y olía mal. Sólo algunos contornos indefinidos se perfilaban en la oscuridad. Pero de poco servía. Ya había recorrido la celda. Mil veces. Intentando encontrar una salida, una pequeña brecha o parte sensible que con un poco de paciencia y esfuerzo me permitiera salir a la luz, al mundo… otra vez.
A veces lo hacía de nuevo, medir la celda contando mis pasos, lo sabía con exactitud, seis pasos y medio hacía el enrejado y ocho a lo largo, lo había hecho un sin número de veces, pegar mi cuerpo a la pared, de tal forma que el hombro rozara el cemento húmedo e irregular, e ir caminando talón contra punta, así hasta medir mi dos lados de mi celda casi cúbica.
Sabía que estaba en el subsuelo, tal vez en alguna alcantarilla oculta o no lo sé, cuando supe ya estaba aquí. Tampoco sabía desde cuanto, los días y las horas desfilaban ante mí sin que hubiera forma de contarlos o medir el paso.
Él venía algunas veces.
Podía sentirlo antes de empezar a escuchar sus pasos estamparse contra los charcos del suelo. Después lo veía, su sombra moviéndose en la oscuridad. Podía ver como sacaba la llave de su bolsillo y la metía en la cerradura del enrejado. Después la puerta chirriaba y él entraba.
Al principio yo luchaba, cuando él no estaba me pasaba horas enteras soltando gritos y alaridos, aporreando las paredes y destrozándome los nudillos con las rocas salientes, intentando llamar la atención de alguien que pasase por allí, pero siempre era en balde, nunca me sirvió de nada. Otras veces, cuando el entraba, lo golpeaba, me abalanzaba sobre él e intentaba rasguñarlo, golpearlo, tirarlo contra el suelo y salir corriendo… intentaba huir, pero ya no. Él era demasiado fuerte, siempre conseguía dominarme, siempre hacía que yo acabase sollozando en un rincón con golpes en todo el cuerpo y a veces, sangre escurriendo por mi magullada piel, mientras él sólo me observaba, casi con preocupación, como si se sintiese mal por haberme golpeado, y después me hablaba, con voz melosa y dulce, como si le hablase a su hija menor después de darle una severa reprimenda, me preguntaba porqué lo hacía, como si no tuviera ninguna razón para querer escapar, como si yo estuviese loca y no hiciese las cosas con lógica.
Y yo acaba por ceder. Él se acercaba y me abraza, me consolaba por haberme golpeado y me limpiaba las heridas. Me acostaba sobre la cama y me tapaba con su chaqueta.
Y ahí, cuando me veía débil e indefensa, su carácter cambiaba. Me insultaba, lanzaba fuertes exclamaciones y me decía que no valía nada, que tenía que darle las gracias porque cuidaba de mí, que yo era una persona mediocre, que no merecía vivir y que él se encargaría de arreglar eso…
Y entonces me golpeaba, sin compasión, estampaba sus puños contra mi piel desnuda, gritándome hasta que su respiración comenzaba sonar entrecortada por el esfuerzo y sentí el calor que exhalaba su cuerpo.
Entonces se detenía.
Y yo me quedaba allí, echa un ovillo, intentado protegerme a mí misma de su furia.
A veces él se iba sin decir nada. Sacaba algo de comida de sus bolsillos y se largaba. Pero últimamente después de golpearme comenzaba a tocarme, sentía sus manos recorrer suavemente mi cuerpo, casi con cariño…
Y el otro día… el otro día… él me besó.

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