Ehh... mi información... según esto

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D.F., Mexico
Intentaré ser lo más exacta posible, pero con tan poco espacio no prometo nada, jaja, vean, sólo puedo poner 1200 carácteres, y, escribo tanto, tengo tantas cosas que decirles que simplemente no me caben, jaja Esta bien, les diré que me gusta leer, algo demasiado obviooo, también escribir, jaja, y... me gusta... el helado, aahhh, sobre esto, tengo que decirles que soy un helado de uva karateca, jaja, y además sepó(no hay otra forma de escribirlo) rico, jaja, y también me gusta reirme de todo, comer chocolate, pastel y cantar, bambambam barararararara, y así mientras bailo, jajaja Por último!!! deseo ser vagabunda o trotamundos, jaja, aunque lo segundo suena más bonito, así que me gustaría que me regalaran un bastón negro para cuando ejerza mi profesión o unos tennis-botas con suelas enormes para poder subir montañas y vadear rios, jaja

6/7/08

La ausencia de mi imagen

El espejo ya hacía frente a mí. Las formas del cuarto se perfilaban dentro de el… en otra dimensión… pero yo no.
Donde debería estar mi imagen no había nada, absolutamente nada, el tocador me traspasaba y se perdía dentro del espejo como si yo no estuviera frente a el.
Me quede inmóvil, incapaz de aceptar la realidad que se definía de manera cruel ante mis ojos.
Llevé las palmas de mis manos a mi rostro, recorrí mis suaves y frías mejillas con la yema de los dedos, intentando, necesitando, convencerme de que yo seguía allí, que era real, que todavía existía…
Sentí como algo líquido se deslizaba por mi cara… lo toqué con un dedo… una gota quedo prendida de mi piel y la miré fijamente, pero la luz era tan débil y mortecina que a duras penas percibía los contornos de las cosas… pero no cabía duda, lo sabía antes de verla, desde que la sentí correr por mi cara supe que era sangre, sangre negra, mi sangre.
Los poros de mi dedo rápidamente la absorbieron, y mi piel volvió a ser tan blanca y perfecta como siempre. Me lleve rápidamente ambas manos al rostro, buscando algo de sangre que manchara mis mejillas, pero no, parecía como si mis lágrimas, mi llanto, mi dolor, nunca hubiesen existido…
Desee romper el espejo, deshacerme de ese recordatorio perpetuo de mi desdicha. Flexioné los nudillos de mi mano derecha y, sin pensarlo dos veces, hice retroceder mi brazo, para lanzarlo luego con más fuerza hacía delante… pero me detuve, a un segundo de hacer estallar el espejo en mil pedazos me detuve. Mi respiración resonó con furia en el pequeño cuarto y mi cara estaba roja y congestionada, con la mandíbula desencajada por el esfuerzo… ¡Demonios! ¡Cómo deseaba haberlo roto!, haber visto una lluvia de cristales como la vez pasada y sentir como esos diminutos diamantes se impactaba en mi pecho desnudo, desgarrando la débil piel humana que todavía poseía, dejando minúsculos orificios por donde mi sangre negra comenzara a salir, antes de que su propia fuerza e inmortalidad la llevarán otra vez a lo más profundo de mi ser…
Cerré los ojos e intenté regular mi respiración…, pasaron un par de minutos y los volví a abrir, ya no había tiempo, debía darme prisa…
Giré en redondo y me alejé del espejo. Caminé hasta el armario y abría la puerta… casi no había nada, solo un par de camisas y pantalones… tomé una, no importaba cual, ambas eran iguales, blancas y viejas, con los puños y el cuello desgastados, olorosas a polvo y a tiempo… a vejez. Me la puse sin contemplaciones, me abroché los pantalones y me dirigí a la desvencijada puerta que daba al pasillo. Abarqué la corta distancia con un par de zancadas y tomé la gabardina que reposaba encima del único sofá de la estancia. Salí al pasillo.
Y entonces recordé… las velas, había dejado prendidas las malditas velas, debía regresar a apagarlas, no deseaba crear otro incendio… y estuve a punto de entrar y apagarlas.
Mi risa hueca y sin humor resonó en el pasillo
¡Estúpido!, pensé, usa tus poderes.
Cerré automáticamente los ojos y busqué la fuente de poder en los sitios más recónditos de mi mente, luego la canalicé hacía las velas y estas se apagaron… no tardé ni un segundo.
Usando la misma fuerza cerré suavemente la puerta y comencé a levitar por el pasillo. No tenía ninguna necesidad de hacerlo… pero me encantaba, era como caminar entre las nubes, sostenido por una fuerza tan grande y magnífica como extraña, una fuerza que aún no alcanzaba a comprender.
Llegué a la puerta del ascensor y titubee un poco… un anormal sentimiento de remordimiento me invadió, ¿Porqué iba a buscar a personas jóvenes y felices, todavía con una vida por delante, y no me conformaba con aquella anciana, huraña, loca, sola y perdida que vivía justo al lado mío?
Giré en redondo y me quedé ahí, contemplando el pasillo… todos eran cuartuchos, quizás unos diez, nunca había contado las puertas, pero sabía que eran exactamente igual al mío, pocilgas donde las personas vivían sus míseras vidas, sin esperanzas de mejorar o superarse, encadenados a la cruenta vida que les había sido asignada…
El pasillo estaba alfombrado… o al menos eso parecía, porque la alfombra roja, vieja y raída por los años, de un desagradable olor a moho y humedad, invadida por minúsculos insectos y animales, de los que todos fingían no percatarse, dejaba a la vista la madera oscura y ya algo podrida del suelo.
¡¿Qué hago?! Era extraño que yo sintiera esa compasión por los humanos, por aquél joven al que mataría hoy sino me conformaba con la anciana…, y por ella misma, porque sabía, mis poderes me lo advertían, que vivía en el estado más lamentable que puede vivir un ser humano…
Volví a girar y presione el botón del ascensor, un ligero chirrido salió de las más oscuras profundidades de ese monstruoso aparato, que, con un sordo bramido, comenzó a desplazarse por los rieles.
¡No!, mejor libraba a la anciana de su asquerosa vida y dejaba vivir a alguien más.
El ascensor llegó, las puertas se abrieron, y yo, sin hacer caso de mi pensamiento anterior, di el primer paso hacía el.
Me detuve, retrocedí, volví a avanzar… ¡Demonios! ¡Ya basta!
En un solo movimiento, incapaz de ser percibido por el ojo humano, recorrí toda la distancia que había entre el ascensor y la puerta de la anciana
Dudé entre tocar el timbre o abrir la puerta con mis poderes… mejor los poderes.
Coloqué la punta de mi dedo angular en el orificio de la cerradura y deslicé la fuente de mi poder por ella, con un impulso un poco más fuerte hice saltar el seguro y la puerta se abrió con un sonoro clic. La empujé y entré.
El lugar se encontraba en un estado más lamentable del que creía… un olor a comida pasado y pescado en descomposición, a vómitos y a mugre, me aturdió momentáneamente. Reprimí una arcada y, con la fuerza de mi mente, controlé la entrada de los olores fétidos a mi cuerpo, después dejé vagar la mirada en derredor…
El lugar era asqueroso, dudaba que existiese un lugar más pútrido y fétido que este… Era muy austero, como mi cuartucho solo tenía dos estancias, una que servía de baño, al fondo, y lo demás que era para todo. Allí había una cama, una pequeña cómoda y una silla.
Todo, absolutamente todo, estaba invadido por grandes y gordas cucarachas negras, la comida, o lo que quedaba de ella, se esparcía de forma desordenada por la habitación, y había manchas extrañas y pegajosas en el suelo.
Un bulto amorfo y pequeño se perfilaba en las sábanas de la cama… me acerqué, y, con un movimiento lleno de asco, hice las sábanas a un lado. Inmediatamente un olor a orina y excremento me golpeo la cara. Cerré las puertas de mi nariz, incapaz de seguir soportando un olor así, y la miré fijamente… su cara estaba sudorosa y enrojecida, tal vez tenía un acceso de fiebre. Respiraba dificultosamente y su piel se hallaba adherida a sus huesos… ya no le quedaba mucho tiempo de vida…
Coloqué una mano en su frente y le quite los cabellos que caían sobre su rostro… eran ásperos y secos, y su cabellera no era sino un amasijo de mugre y pelos.
Llevaba encima solo un camisón, transparente, que dejaba a la vista su cuerpo flaco y enjuto, estragado por la vejez y las enfermedades, por los sufrimientos y la miseria en la que había vivido.
Pase un brazo por su cintura y otro por sus hombros. La alcé del lecho y caminé hacía la salida…
Llegué a mi propia habitación y la dejé sobre mi lecho…
Ensuciará las sábanas, pensé. Pero no importaba, además no estaría aquí mucho tiempo…
Fui por un paño húmedo al baño y comencé a limpiar su cuerpo. La froté con fuerza en los lugares donde una costra negra impedía saber de que color era su piel… ella no pareció percatarse de nada de lo que le hacía. Terminé.
Ahora ya no olía tan mal, claro que no podía compararse con la frescura de una piel joven y limpia, llena de vitalidad… pero en fin, había tomado una decisión y ya no había marcha atrás.
Me tendí en el lecho junto a ella y recorrí su garganta con los dedos… se veía tan sensual…
Lentamente fui acercando mis labios a su cuello, su olor me enloquecía… pero no quería hacerlo rápido… deseaba disfrutarlo.
Besé lentamente su cuello, sentía que todo mi cuerpo ardía… los colmillos, inevitables, comenzaron a salir de sus fundas… deseaba desgarrar su carne, sentir su sangre en mi paladar, la frágil piel y tendones y venas contra mis labios…
Desgarré levemente su piel, luchando por contenerme, pero el deseo fue más fuerte… hundí precipitadamente mis colmillos y la sangre comenzó a manar de manera torrencial, inundando todo mi paladar… mi cuerpo se sacudía de gozo… succioné con más fuerza… estaba casi sobre ella, ya no podía controlarme… sujeté con fuerza su nuca, apretándola contra mi rostro… todo mi cuerpo deliraba de gozo…y seguí y seguí hasta que no quedo ni una gota de sangre en sus venas… la dejé completamente seca; jadeando, me desplomé junto a ella, intentando recuperar el aliento… las gotas de sangre negra se deslizaban por mi rostro y empañaban mi frente…
Cuando al fin me recupere voltee verla. Un fino hilo de sangre se escurría por la herida de mis colmillos… acerqué mi lengua y la chupé, no quería desperdiciar nada.
Todavía recordaba la primera vez que lo había hecho, mi desconcierto, mi miedo, el gozo que había sentido mientras lo hacía y el orgasmo que finalmente había sentido al terminar… pero la escena ahora solo me daba asco, lo manche todo de sangre, su ropa, mi cara… le desgarré la herida más de lo necesario… Pero aquello ya había pasado, las víctimas posteriores tuvieron más suerte… aprendí rápido. Ella, la anciana, era la onceava, y ya hacían más de treinta lunas que yo era lo que era, una abominación, un monstruo atormentado por el deseo de beber sangre, un engendro esperpéntico que vivía de la noche y que no podía ver la luz del día, y cuyo poder residía en la sangre negra que empañaba sus venas y decidía sus acciones…
Miré el espejo… todo el cuarto se reflejaba en el… pero yo no. Me llevé las manos al rostro y un bramido escapo de mi garganta. ¡Maldición!, yo no lo merecía… Las lágrimas, ahora rojas por la sangre que había bebido, surcaron mis mejillas y llegaron a las comisuras de mis labios… las bebí con desesperación, y entonces, utilizando la fuente oculta de mi poder, rompí el espejo en mil pedazos, los cristales volaron, y yo, por fin, pude dejar de pensar en un rostro que jamás podría volver a contemplar.

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