Ehh... mi información... según esto

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D.F., Mexico
Intentaré ser lo más exacta posible, pero con tan poco espacio no prometo nada, jaja, vean, sólo puedo poner 1200 carácteres, y, escribo tanto, tengo tantas cosas que decirles que simplemente no me caben, jaja Esta bien, les diré que me gusta leer, algo demasiado obviooo, también escribir, jaja, y... me gusta... el helado, aahhh, sobre esto, tengo que decirles que soy un helado de uva karateca, jaja, y además sepó(no hay otra forma de escribirlo) rico, jaja, y también me gusta reirme de todo, comer chocolate, pastel y cantar, bambambam barararararara, y así mientras bailo, jajaja Por último!!! deseo ser vagabunda o trotamundos, jaja, aunque lo segundo suena más bonito, así que me gustaría que me regalaran un bastón negro para cuando ejerza mi profesión o unos tennis-botas con suelas enormes para poder subir montañas y vadear rios, jaja

3/8/08

Peligroso entramado

I
De un modo extraño e ilógico estaba atrapado. Sin salida. Sin escapatoria. Sin vuelta atrás. Sin poder salir del caótico entramado que yo mismo había creado.
No recordaba bien cómo había empezado todo, una capa de bruma se extendía por mis primeros recuerdos, por los primeros instantes del drama.
Quizás todo empezó con eso, con ese desafortunado encuentro.

Iba caminando por la calle. Tenía prisa.
Mis zancadas era más rápidas y firmes, el maletín subía y bajaba a un costado de mi cuerpo, ondulando al ritmo de mi caminar. Mis ojos escrutaban todo lo que se interponía en mi camino, personas, postes, cosas, todo lo que hacía que me retrase unos fundamentales segundos.
El sol se reflejaba sobre el pavimento, me lastimaba los ojos.
Alcé la mano izquierda para protegerme de la luz de mediodía y aproveché para echar un vistazo rápido al reloj de pulsera
12:03
Ya iba tres minutos retrasado. ¡Mierda!. Además de todo lo que me faltaba por recorrer. Mínimo unos diez minutos más al paso que iba.
Traté de caminar un poco más rápido. Imposible. No podía caminar más aprisa de lo que ya caminaba, eso sería correr y no lo haría.
El lento ondular de unas magníficas caderas frente a mí me detuvo. Mi pie se quedó momentáneamente suspendido en el aire. Paralizado. Sin poder completar el paso. El maletín se deslizó entre mis dedos y cayó en la acera.
Era ella.
Sin lugar a dudas.
Su cabello, negro y brillante, caía en suaves rizos sobre sus menudos hombros. Su figura era esbelta y suave, nada de curvas exageradas o voluptuosas, sólo levemente indicadas, perfectas.

Cerré la boca e intenté salir de mi estupor. Cogí en una rápida inclinación el maletín y ahora sí corrí. No podía perder esta oportunidad, tenía que alcanzarla.
En pocos segundos estaba detrás de ella. Alargué la mano y rocé su hombro. Una imagen invadió mis sentidos y se esfumó tan rápidamente como había llegado. Sentí como mi cuerpo se paralizaba, el sudor me perlo la frente.
Ella se detuvo y volvió el rostro. Una mueca de interrogación en sus labios.
Su cara era fina y blanca. Sus cejas eran dos líneas perfectamente delineadas, que enmarcaban unos ojos almendrados y de mirar suave, dulces.
Abrió su boca. Seguía mirándome y yo no atinaba a decir nada, a salir del estupor que invadía mi cuerpo.

-¿Si?...
-Eh… yo… - entonces busqué mi fuerza interior, saqué la coraza de hierro que llenaba mi alma y sentí como mis facciones se endurecían – Disculpe, ¿Usted es Mrs. Rompster?...

Sus facciones, por el tono despectivo que usé, también se endurecieron

-En efecto, ¿qué se le ofrece?
-La acompaño, según mis cálculos ambos vamos a la misma… reunión… y ya vamos tarde
-Si gusta darse prisa

Sin darme tiempo se dio la vuelta y siguió caminando, la alcancé sin esfuerzo.
Caminamos un par de cuadras más y el monumental edificio blanco como el mármol se perfiló ante nosotros. Yo no podía despejar mi mente lo suficiente para decir algo, la misma imagen regresaba una y otra vez… y lo que es peor, sabía que eso pasaría…
Pero no podía dejar de alabar mi suerte, era casi imposible estar cerca de ella, y mucho menos tocarla, ahora al menos sabía lo que pasaría sino nos dábamos prisa.
Avanzamos por el piso de mármol del edificio, y ella se dirigió sin vacilar al ascensor, lo más probable era que nunca hubiese estado allí y sin embargo sabía perfectamente a donde tenía que ir.
Entramos al vacío cubículo y me adelanté a pulsar el número 36 antes que ella. No pareció darse por enterada.

-Así que… le gusta caminar por la calle
-Vieja costumbre
-Brillante por el hecho de que la gente no la conoce a usted, sino quizás la devorarían viva
-Uno de los granjees de poca popularidad del oficio.
-Exacto, del manejo de mentes detrás del telón

No respondió, intuía a donde quería llegar mi al parecer inocente conversación y no le agradaba lo más mínimo. No continué, habría sido forzarla y, además, todavía no atinaba a hilar bien mis pensamientos.
Las puertas del ascensor se abrieron y le cedí el paso. El ruido de sus tacones sobre el linóleo quebranto el silencio
El pasillo era largo y elegante, algunas puertas se extendían a ambos lados y un ascensor al final daba otra vía de salida. Había cámaras de seguridad por todos lados y un identificador de voz en cada puerta.

Nos detuvimos casi a la mitad del pasillo. La placa rezaba “Sala magna de audiencias”, y además del identificador de voz había una máquina de comprobación dactilar.
Ariadna colocó su pulgar y dijo su nombre en voz alta, inmediatamente la puerta se abrió y ella entró sin mirarme. La imité y penetré junto a ella.

Había una pequeña antesala. Dos confortables sillones y una mesa con aperitivos, pero ella no pareció darse cuenta de ello, cruzó la estancia en un par de zancadas y abrió la puerta del otro extremo, que daba acceso a la sala de juntas.
La Junta todavía no comenzaba, sin lugar a dudas la esperaban a ella…, vaya que tenía de suerte de haberla encontrado, a mí no me dejarían entrar cuando la Junta hubiese comenzado
Todos los presentes se pararon. La mayoría eran hombres ya entrados en años, con cabellos poblados de hebras blancas y un aire inconfundible de dignidad. Claro que había excepciones, un par de rostros jóvenes destacaban en medio de la monotonía del cuadro. No había mujeres. Sólo ella.
Ariadna hizo una leve inclinación con la cabeza a modo de saludo y ocupó el lugar que tenía reservado en la cabecera de la mesa. Inmediatamente todos se sentaron y yo me apresuré a llegar a mi asiento.

-Lamento el retraso señores…, ya lo saben las previsibles tardanzas femeninas–Sonrió, dejando a la vista su hilera de dientes blancos perfectamente alineados. Los demás también sonrieron y algunos soltaron una breve carcajada, otros, como yo, hicieron una mueca que a duras penas conseguía pasar por sonrisa, mera cortesía.
-Veamos, al parecer el porcentaje de acciones del distrito Penicton han disminuido notablemente, Mr. Sohul ¿A qué se debe?–Su voz se había ido tornando sutilmente fría, y clavó sus ojos duros como témpanos en Mr. Sohul.

La Junta prosiguió, yo no dejaba de escrutarla, pero Ariadna no hizo ningún gesto de reconocimiento hacía mí, parecía inexistente para ella. Presté poca atención a la Junta y concentré la mayor parte de mi energía en el plan. Ahora sabía que ya no teníamos tiempo, que no debía haber más demoras, era necesario hacerlo ahora o todo se iría a la mierda.
Después de la Junta iría a ver a Richard, le forzaría a adelantar los planes… era necesario, pora el bien de ambos.


II
Clavé la vista en el espejo.
Lo tenía sólo unos metros frente a mí, suficientes para que mi cicatriz se difuminara en el espacio, para no verme tan terriblemente deforme.
Me llevé inconscientemente la mano al cabello. Era duro y corto, áspero. No me gustaba. Ni mi cabello ni nada de mí. Me detestaba.
Tenía la piel casi rosa y con cualquier emoción o arrebato de furia se ponía roja. Mis ojos eran azules y brillantes, pero un problema en la retina hacía que siempre parecieran inyectados en sangre. Tenía la nariz ancha y gruesa y, comparada con mis labios finos y casi inexistentes, resultaba grotesca.
Mi barbilla era débil y puntiaguda, femenina.
Lo único que me gustaba eran los músculos que se extendían a lo largo de mi cuerpo y se marcaban en la ropa que llevaba. Eso sí me hacía hombre… eso y las cicatrices.
Intenté no pensar de nuevo en las cicatrices, olvidarlo, pero el recuerdo se filtró de manera persistente en mi mente, otra vez la sangre escurriéndose por mi rostro e inundando mi paladar. Mis manos rojas y llenas de la caliente mezcla. Mi correr estúpido y desesperado… totalmente inútil.
Alejé el pensamiento, lo até y lo recluí en los rincones inexplorados de mi subconsciente… tenía que librarme de el o enloquecería.
Desvié la vista del espejo, tratando de evitar cualquier contacto con la imagen de mi cicatriz, y miré por la ventana. Era tarde y poca gente cruzaba la avenida. Era un distrito peligroso, sólo los inmunes se atrevían a salir después de la puesta de sol… pero qué más daba, yo era un inmune, a mí nadie me haría algo… no se atreverían.
Ahora él se retrasaba.
Sabía que yo tenía planes para hoy y sin embargo se retrasaba…
Me incorporé del lecho y comencé a dar nerviosos pasos en la estancia.
… algo me pesaba en la mano… miré hacía abajo y la brillantez del metal llamó mi atención. Dejé la pistola sobre la repisa y continué dando pasos en círculos.
Mi respiración se aceleró y mi cara comenzó a ponerse roja… como siempre que algo me enojaba.
¡¿Por qué se retrasaba tanto?!
¡¿Por qué?!
Miré nervioso el reloj de pulsera. Tic-tac, tic-tac, tic-tac…
Demasiado lento, demasiado lento…
19:08
... demasiado lento, demasiado lento...
Descargué un puñetazo contra la pared, intentado liberar la furia que tenía dentro de mí, pero no tuve éxito, así que la golpee otra vez. Tampoco. Y otra y otra…
Tic-tac, tic-tac, tic-tac…
… demasiado lento, demasiado lento, demasiado len…
Otro puñetazo
Los golpes se sucedían ahora rítmicamente. Uno, dos, tres, cuatro…
Tic-tac, tic-tac…
…demasiado lento, demasiado lento…
Seguía golpeando la pared sin piedad, destrozándome los nudillos…
Un golpe de afuera llego a mis oídos, dejé de golpear… sin comprender… ¿ya habría llegado?... esperé…, y otra vez la misma llamada, el mismo golpe a la puerta, impaciente.
Él había llegado. Llamaba. Quería entrar.
Caminé hacía la puerta, destrabé algunos candados y demás, y giré el pesado picaporte.

III
Inmediatamente me percaté de que algo había salido mal, lo supe sin más.

-Richard… adivina a quién me encontré hoy- lo dijo sin emoción, mientras sus ojos no paraban de escrutar mis nudillos manchados de sangre y las pequeñas y casi imperceptibles grecas en la pared.
-No lo sé, ¿puedes dejarte de rodeos?, tengo prisa – mi voz era grave y rasposa, como un sonido gutural exhalado de la más profunda oscuridad existente.
-A la dama de la Bolsa, la mítica mujer, a nuestra presa

La noticia no me importo, me daba igual que la hubiese visto, era lo de menos, ya sabíamos todo de ella, todos los detalles de su vida, sabíamos incluso que comida prefería y cada cuando cogía. Nos costo semanas, meses de exhaustas investigaciones, de no dormir y pasar los días tras un único objetivo.

Lo miré, quizás inexpresivamente, porque pareció molesto, me miró exasperado, frunciendo las cejas y abrió y cerró los puños una y otra vez. Tal vez debería decirle algo para que no se molestara, alabar su mediocre encuentro.
Un bien poco efusivo y casi sin sentido salió de mi boca.

-¿Bien?, ¿sólo bien?, ¿no se te ocurre que era lo único que nos faltaba?, tener contacto directo con ella, tenerla a menos de un palmo de distancia, deberías estarme agradecido… - una mueca de frustración brilló en sus labios.

Pero eso era una soberana estupidez, hasta él mismo se dio cuenta de lo tonto de su parrafada después de haberlo dicho; lo que él decía no hacía falta, no después de haber pasado días y noches enteras espiándola, ya no era necesario estar junto a ella… de hecho hasta resultaba peligroso, ahora ella podría identificarlo, lo conocería…

-Estúpido – mascullé sin darme cuenta

Él siguió abriendo y cerrando los puños, el movimiento me volvía loco, desee que dejara de hacerlo, sino probablemente yo lo golpearía… Por fin logró controlarse, sacó un pañuelo blanco de su bolsillo y se limpió el sudor que le escurría por la frente

-Veamos… ¿ya tienes todo listo?
-Casi, ya sabes que faltan un par de cosas, y detalles que aclarar, sólo eso…
-… sólo eso… quiero que sea ya, no hay tiempo, hay que hacerlo antes de que termine el mes

Respiré profundo, intentando controlarme, él no tenía la menor idea de cómo se hacían las cosas, de que no debía haber precipitaciones ni pasos en falso, que todo debía estar perfectamente calculado y que sólo teníamos una oportunidad y no pensaba desperdiciarla por impulsos tontos de un niño rico que cree saberlo todo

-No, esperaras hasta el día señalado
-¡Es que no lo entiendes!, ¡ella se irá!
-¿Irse?, ¿A dónde?, ¿Al Himalaya?, Por Dios no me hagas reír – sentí como las comisuras de mis labios empezaban a curvarse en una grotesca sonrisa.
-No, no lo entiendes. Lo sé, sé que se irá, no puedo explicar cómo, pero lo sé
-Deja de decir estupideces, no adelantaremos todo por una mera intuición tuya

Las aletas de su nariz se dilataron, la cara se le enrojeció y escuché el forcejeo de su respiración.
Los minutos pasaron…, yo miraba impaciente el reloj, ojala se fuera ya y dejara de molestarme.

-Y si… si te demuestro que piensa irse, ¿adelantaras los planes?

Idiota, seguía pensando que ella se iría
Mi mirada se desvió hasta la pistola que descansaba en la repisa… no, no podía, lo necesitaba, todavía me era útil, no era conveniente desaparecerlo… todavía no.
Suspiré.

-Si claro, si lo demuestras… - Dejó de abrir y cerrar los puños, se limpió nuevamente el sudor que le escurría por el rostro y sonrió con aire de suficiencia.

-Lo haré…

-Tienes hasta el martes – su cara palideció, abrió la boca, dispuesto a reclamar más tiempo –…de la próxima semana, no más

Su cuerpo se relajó, me miró por última vez y salió de la estancia

Y pensé, quizás por primera vez, que él cometería una tontería, no tuve la menor duda, haría algo estúpido e irreparable y echaría a la borda todos estos meses de trabajo… pero cuando di un paso para detenerlo él ya había desaparecido.


IV
Salí con largas zancadas del lugar, ahora que él me había dejado hacerlo debía alejarme de él, podría cambiar de opinión, algo nada recomendable.
Le di una palmada al cofre del auto y luego subí.
Me limpié nuevamente el sudor que me escurría por el rostro e intenté pensar cuál era el siguiente paso.
Ciertamente no sabía que hacer con los días que Richard me había dado, y mucho menos porque confiaba tan ciegamente en la imagen que había visto… era algo sin lógica, no había ninguna razón para que eso pasara, y sin embargo lo sabía, lo había sentido… lo había… lo había entendido
Busqué las llaves en la chaqueta. Había pocos transeúntes en el lugar, aunque no me extrañaba lo más mínimo, ahí todo decía a gritos que era un distrito peligroso, la basura se apilaba a ambos lados de la acera y un olor nauseabundo invadía el aire. La mayoría eran departamentos pequeños y mal ventilados, húmedos, con el olor a sangre y muerte impregnado en sus despostilladas paredes.
Encontré las llaves y las conecté al circuito. Una mueca parecida a una sonrisa cruzó mi rostro. Me encanta escuchar el ronroneo del motor al encender.
Dejé que pasarán unos minutos mientras el sonido hendía el aire y luego accioné al acelerador.
Me alejé velozmente del lugar tan marginal y entré a una de las avenidas principales, mi casa quedaba bastante retirada del lugar, pero con un poco de suerte llegaría a la hora de la cena.
Bajé la ventanilla y el aire frío entró al coche.
Necesitaba pensar, saber que demonios haría, cómo conseguiría hacerme de su confianza después de mi estúpido comportamiento anterior.
Recordé cómo, después de tocarla había sentido esa especie de flash y esa imagen que ahora no dejaba de palpitar en mi cabeza. Ella, sentado en los cómodos sillones de un avión, la sonrisa de complacencia de su rostro…
Y si ella se iba los planes se irían al caño, todo el trabajo y la paciencia desaparecerían… la fortuna desaparecería.
Aceleré un poco más, los edificios de cristal pasaban velozmente al lado mío. Allí había mucha gente, la noche era animada, gente saliendo de su trabajo y dispuesta a divertirse un buen rato

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