Ehh... mi información... según esto

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D.F., Mexico
Intentaré ser lo más exacta posible, pero con tan poco espacio no prometo nada, jaja, vean, sólo puedo poner 1200 carácteres, y, escribo tanto, tengo tantas cosas que decirles que simplemente no me caben, jaja Esta bien, les diré que me gusta leer, algo demasiado obviooo, también escribir, jaja, y... me gusta... el helado, aahhh, sobre esto, tengo que decirles que soy un helado de uva karateca, jaja, y además sepó(no hay otra forma de escribirlo) rico, jaja, y también me gusta reirme de todo, comer chocolate, pastel y cantar, bambambam barararararara, y así mientras bailo, jajaja Por último!!! deseo ser vagabunda o trotamundos, jaja, aunque lo segundo suena más bonito, así que me gustaría que me regalaran un bastón negro para cuando ejerza mi profesión o unos tennis-botas con suelas enormes para poder subir montañas y vadear rios, jaja

9/6/08

Paciente succión I

¡Por favor! ¡Si no tenéis un amplio críterio -como dicen en la tv- no leáis esto!
[Se componé de cuatro partes, aquí os dejo la primera]

I
Se veía tan bella ahí, sentada del otro lado de la mesa. La luz era tenue e iluminaba débilmente su rostro, que permanecía casi totalmente en medio de las tinieblas… llevaba el cabello suelto, el vino le había arrebolado las mejillas, ahora de un agradable tono carmesí.
La poca droga que había mezclado con su bebida hacía que sus ojos parecían un poco ausentes, quizás hasta delirantes, pero no le había dado demasiada… sólo la suficiente para poder controlarla y que sus gritos no resonaran en la casa… podía romperme los tímpanos.
Además no la dormí completamente porque deseaba que sintiera lo que yo estaba a punto de hacerle, que siguiera siendo ella, con todos sus forcejeos y pensamientos, que las sensaciones siguieran surcando los nervios que se distribuían a lo largo de su bello y perfecto cuerpo.
Era tan sensual… tan terriblemente sensual, que supe, desde el primer momento en que la vi, que costara lo que costara sería mía, completa e irremediablemente. No lo podría evitar.
Fue bastante esfuerzo, primero conseguir atraer su atención, que dejara de recelar de mí y confiara lo suficiente para pasar una noche en mi casa –bajo la promesa de que la dejara en la suya antes de las doce, claro- había costado el paso de varios meses, de días enteros escuchándola, apoyándola, comportándome como su mejor y más confiable amigo, a pesar de que lo único que yo deseaba, y deseo, es matarla…
Apuré el vaso de vino y la miré fijamente, descaradamente, ya no necesitaba fingir que no la veía, que no me excitaba el ondular de sus caderas al caminar, o la suave y turgente curva de sus senos… la deseaba, de un modo casi doloroso.
Su cabellera era roja, brillante y luminosa, su piel blanca, lechosa, con un tinte nacarado a la luz de las velas, y sus cejas eran rojas, finas y esbeltas, perfectas para los ojos verdes que me embebían y me hacían desvariar.
Ella se cohibió ante mi mirada tan erótica, tan cargada de deseo y lujuria, que la desvestía y la hacía frágil y vulnerable.

-Octavio… ¿estás bien?-Tu voz sonó titubeante e insegura, tal vez todavía tenías la vaga esperanza de que esa mirada se esfumara de mi rostro y volviera a ser el mismo Octavio afable y amigable de siempre, que desde el momento de conocerte había seguido el plan de amigos y nunca, jamás, había intentado besar esos labios rosas que resguardaban una lengua turgente y cálida, juguetona, con unos dientes blancos, pequeños y perfectos.
Pero ya no, ahora tú estabas bajo mi poder y yo haría contigo lo que desease, y lo que deseaba era a ti, sin barreras o impedimentos de ningún tipo, hacer contigo todo lo que pasaba por mi mente desde la primera vez que te vi, que fueras mía… saber que tu cuerpo estaba bajo mi control y tu mente bajo mi dominio, invadida por mi esencia, de la que jamás podrías escapar de ahora en adelante, que te perseguiría a los confines del Universo, sin dejarte dormir o pensar en otra cosa.

-Nada, absolutamente nada- una sonrisa se perfiló en mis carnosos labios, tan sensuales como los tuyos, cuando vi la cara de espanto que ponías, sabías que algo estaba mal, mi voz había sonado más ronca, más áspera, con ese timbre erótico que ninguna persona es capaz de ocultar.

-¡Basta!, deja de mirarme así… ¡Octavio! –y cuando viste que no contesté, que mi mirada no cambio y que parecía completamente ajeno a tus palabras, te levantaste rápidamente de la silla… y es que tú lo sabías, sabías todo lo que tu cuerpo es capaz de provocar en una persona, por más noble y buena que esta fuese; por eso casi no tienes amigos, ni amigas, es muy difícil entrar en tu círculo, ser aceptado por ese club de personas que te idolatran y te protegen como si fueras una diosa… pero yo lo logré, entré y esparcí mi veneno por todos ellos, uno a uno se fueron desatendiendo de ti cuando se percataron de que yo, nuevo y, según esto, inexperto, era preferido por encima de todos, que te habían brindado años de amistad y amor incondicional.
Y cuando ellos te abandonaron dejé pasar un poco de tiempo, que tú empezaras a buscarme más y más, a necesitarme y depender de mí, y entonces vino la segunda fase del plan, la más peligrosa y la más excitante.
Cuando estuve seguro de que no me darías un no por respuesta te pedí que me dejaras darte una cena en mi casa, que antes de las doce te dejaría en la tuya, como Cenicienta, y tú, como nunca me sorprendiste mirándote de forma indecorosa y jamás intenté propasarme, aceptaste, y ahora estas aquí, deseando huir… aunque eso esa imposible.
Te levantaste tan rápido que el vino y la droga hicieron que perdieras momentáneamente el equilibro, te sostuviste de la silla y volteaste a mirarme con los ojos enfebrecidos, tu actitud irradiando furia, desconcierto y rabia… quizás también miedo.

-¿¡Qué me diste maldito engendro!?

Es algo que siempre me ha fascinado de ti, tu facilidad para decir tacos y soltar groserías a diestra y siniestra, sin necesidad de ninguna clase de provocación las soltabas y perlaban tus conversaciones cotidianas… tanto que un carajo, maldición, puta madre, o un sinfín de las groserías que existen no me habrían sorprendido lo más mínimo viniendo de ti.
Continué mirándote sin el más mínimo cambio de expresión, todavía no deseaba que supieras lo mucho que estaba disfrutando el momento…

-Vete al carajo, me largo
-No… tú no te vas a ninguna parte
-Jaja, no me hagas reír, yo voy a donde me plazca… vete a la mierda –con un destello de decisión cruzaste la estancia en un par de zancadas y te dirigiste a la puerta de la entrada… No sabías que estaba cerrada, que no existía ninguna forma de que salieras de la casa.
Tu furia me excito más. Me levanté lentamente de la silla, mientras escuchaba el desenfrenado taconeo de tus zapatos. Caminé hasta donde supe que estabas y, a punto de llegar, me sorprendió el grito de rabia que soltaste.

-¡Dame las llaves!... Octavio no estoy para juegos, no sé que carajos te traes, ni porque te comportas así, pero yo no pienso seguir tu estúpido juego, así que dame las putas llaves y olvídate de mí.
-No –mi voz sonó perfectamente modulada y, sin darte tiempo de esgrimir más argumentos, o seguir atacándome con tus palabras soeces, me acerqué a ti, intentando acorralarte entre mi cuerpo y la pared. Pero fuiste más rápida, me golpeaste con la palma de tu mano en la mejilla, tan fuerte que trastabille y retrocedí un par de pasos, pero eso era lo de menos, no eres tan fuerte como yo, a pesar de que te las dieras de invencible y dura.
El ruido del golpe resonó en la estancia y una sonrisa triunfal se pintó en tus labios.

-No te atrevas a tocarme –mascullaste- ahora déjame salir, no quiero seguir perdiendo el tiempo con un idiota como tú.

Antes de que te dieras cuenta fui yo el que te golpeo, descargué mi puño con toda la fuerza de la que fui capaz en tu bello rostro… resbalaste y caíste al suelo, golpeándote con la pared, una mancha roja se extendió en donde había descardado mi puño, mientras un hilo de sangre se deslizaba por la comisura de tu boca.
Me senté frente a ti. Observándote.
Ese día llevabas un vestido largo, entallado, que dejaba tu espalda al descubierto y una generosa porción de tus pechos… deseo tocarlos, pero no, todavía no era el momento, debía esperar.
Finalmente comenzaste a removerte, parecías aturdida, claro que no era para menos, yo era fuerte y ese golpazo habría derribado a cualquier hombre.
Abriste los ojos, los restregaste con fuerza y luego escupiste un par de dientes, tus labios se llenaron de sangre, pero aún así deseaba lamerlos.
-Vaya, quien lo hubiera pensado de ti Octavio… toda la estima, el afecto que te tenía y me pagas así-reíste, y tu risa resonó en la habitación, sin humor, sin nada de alegría. Al parecer te habías resignado.
Me acerqué un poco más a ti, tan cerca que tu aliento me quemaba el rostro… acerqué mis labios a los tuyos y lamí la sangre que se deslizaba por tu barbilla.
-¿Qué me harás?-lo dijiste sin emoción, como si me estuvieras preguntando que hora era o el clima que habría.
-Te mataré- ¿para qué ocultarlo?, además ya lo sabías, o al menos lo imaginabas, sólo deseabas saberlo de manera definitiva, estar segura de que aquello que tanto temías pasaría.
Unas lágrimas trazaron caminos zigzagueantes por tus mejillas. Tus ojos también parecían inundados de ellas, pero no estabas dispuesta a soltarlas, a seguir mostrando tu dolor.
Succioné las lágrimas que se deslizaban por tu piel y luego te besé los parpados. Seguí besando intensamente tu rostro, hasta que por fin descendí hasta su garganta. Te mordí con fiereza, desgarrando tu débil carne.

II

Después te levanté del suelo, parecías haberte dado por vencida, totalmente convencida de que no saldrías viva de aquí
Te arrojé sobre mi lecho… había puesto sábanas blancas especialmente para esta noche, no quería que ninguna gota de tu sangre se desperdiciara, deseaba guardarla toda como recuerdo…
Pero finalmente las lágrimas que pugnabas por contener salieron a flote, empezaste a sollozar, a gemir, plenamente conciente de que te mataría, toda tu fortaleza parecía haberse esfumado, no quedaba ni un ápice de tu valor, de la fuerza que tenías antes… dude que fueses todavía capaz de seguir empleando tu soez vocabulario.
Tu cabellera se desparramaba sobre la cama… quise hundir mi rostro en ella, olerla, aspirarla, deleitarme con su textura…
El vestido rojo que llevabas te cubría a duras penas tu voluptuoso cuerpo, marcaba cada forma, cada curva que poseías…hasta en eso fuiste estúpida, tenías que vestirte de esa manera, tan provocadora, como siempre… te encantaba lucirte, mostrarle a todos lo bello y sensual que era tu cuerpo, que observaran la delgadez de tu cintura, la firmeza de tus pechos, la curva de tu cuello…
Pero ahora estabas postrada ante mí, sin ninguna posibilidad de salvación. Te observé tan lascivamente como en el comedor, y ahora no tuviste el valor de reclamarme por hacerlo… ver el bulto que se había formado en mi entrepierna hizo que las lágrimas manaran más rápidamente por tus ojos… tus verdes ojos, tan inspiradores de deseo como el demás resto de tu cuerpo.
No sabía como empezar, tanto tiempo soñando este momento, planificándolo, estudiando cada detalle, para que el simple espectáculo de tu cuerpo semidesnudo me pusiese a temblar… podría, ¿podría realizar mi propósito?, hacer todas las cosas que tenía en mente…
Respiré fuertemente, intentando que el aire calase en mis pulmones, que me ayudase a realizar la tarea tan titánica que tenía entre manos…
Me acerqué a ti y deslicé la yema de mi dedo por tu rostro, lleno de saliva y lágrimas; estabas temblando, tenías miedo, por primera vez desde que te conocía te veía temblar ante algo… y ese algo era yo.
Me dedo siguió su curso, bajo por tu garganta y luego se interno entre el valle de tus senos, pero el vestido me impidió seguir… di un resoplido de frustración.
¡Maldición! ¿Dónde tenía la maldita navaja?, me incorporé de un salto y abrí uno de los cajones de la cómoda, mientras las gotas de sudor resbalaban por mi frente y un extraño cosquilleo se extendía por mi entrepierna.
¡La encontré!, me acerqué a ti y corté tu vestido desde el comienzo del escote hasta el bajo, que a duras penas te cubría los muslos.
Llevabas un pequeño sujetador rojo y una bragas negras… tu piel era lisa, blanca y tersa… tan suave…
Mi respiración se volvió más dificultosa y temí no ser capaz, pero no podía permitirme ese tipo de debilidades, no después de todo lo que me había costado tenerte aquí…
Acerqué la navaja a tu sujetador y lo rompí por la mitad, después desgarré las bragas por ambos extremos…
Deslicé mi dedo entre sus senos, hasta tu ombligo, hasta tu vientre… mientras temblabas.
Entonces, sin previo aviso, me soltaste una patada y tu tacón se incrustó en mi abdomen, chillé de dolor y retrocedí, te levantaste rápidamente de la cama y saliste corriendo de la habitación.
¡Carajo!, ¿porqué tenías que complicarlo más?, una furia se fue extendiendo rápidamente por mi cuerpo, como un calor que viajara por mis venas y me provocara una increíble ansia de dañarte, de golpearte y lastimarte.
Fui detrás de ti, de todas formas no había muchos lugares donde pudieras esconderte, y mucho menos salir de la casa, había atrancando todas las ventanas y sólo estaba la puerta del recibidor.
Mi casa era bastante pequeña, tenía lo necesario, la había comprado solamente por lo aislada que se encontraba, aquí nadie podría ayudarte, y nadie escucharía tus gritos de auxilio.
Tus zapatos estaban tirados a medio pasillo, ¡vaya!, la crisis en la que te encontrabas no te había hecho perder la cabeza, al menos no todavía, tus tacones serían como un altavoz que indicara tu posición, y tú, muy lista, te los habías quitado, pero aún así morirías, sería imposible que te escondieras eternamente de mí.
La idea de que estabas oculta en mi casa, completamente desnuda, que tenías miedo y te escondías de mí me provoco una incipiente erección, pero intenté no pensar en eso, no quería que todo ocurriese demasiado pronto, quería alargar el momento, disfrutar la noche todo lo que pudiera.
Revisé el cuarto de baño y, al ver que no estabas ahí, cerré la puerta con llave, así reduciría el tiempo que durase la persecución.
Imitándote me quite los zapatos, y después la camisa, los arroje sobre el sofá y seguí buscándote.
No estabas en la cocina, ni en el comedor, ni en la sala, ni en el baño, ahora solo faltaba otra habitación… no tenías escapatoria, sabía, sin lugar a dudas que estabas allí.
Entré y cerré suavemente la puerta a mis espaldas.
-Cariño… vamos, sal, no te haré daño -mi voz sonó calmada, como si todo lo que te había hecho hasta ese momento fuera realmente una broma y yo volvería a ser tu amigo de siempre.
Un sollozo resonó en la habitación. Sonreí, satisfecho, estabas atrapada.
Salí de la habitación y fui a mi cuarto. Sabía que la última parte de tu fortaleza se había esfumado, que de ahora en adelante serías mía, te rendirías a mis caprichos y no volverías a protestar.
Abrí un cajón y saqué un par de cadenas… por si las dudas.
Regresé a donde estabas y no habías cambiado ni lo más mínimo de postura. Me acerqué a ti y te alcé suavemente con mis brazos, después te acosté sobre el lecho y encadené tus muñecas al poste de la cama.
Tú no opusiste ninguna resistencia. Empezaba a sentir ternura por verte ahí, tan indefensa, vulnerable, tan niña…
Me coloqué sobre ti, y con mis rodillas aferre tu cintura, comencé a besarte la cara otra vez, me deslicé por tu garganta y por fin llegue a tus pechos. Lamí suavemente los pezones y luego los mordí, los aprisioné entre mis dientes y seguí mordiéndolos hasta que tú empezaste a retorcerte desesperadamente y sentí el sabor a sangre en mis labios, entonces aferré tu pezón completamente con mis labios y luché por arrancarlo

1 comentario:

Sexy Girl dijo...

Me gusto mucho esa primera parte, tiene mucha emocion espero con ansias la segunda parte.
Rossangie
Ah!1 me gustaria que visitaras mi blog rossangie.blogspot.com