Ehh... mi información... según esto

Mi foto
D.F., Mexico
Intentaré ser lo más exacta posible, pero con tan poco espacio no prometo nada, jaja, vean, sólo puedo poner 1200 carácteres, y, escribo tanto, tengo tantas cosas que decirles que simplemente no me caben, jaja Esta bien, les diré que me gusta leer, algo demasiado obviooo, también escribir, jaja, y... me gusta... el helado, aahhh, sobre esto, tengo que decirles que soy un helado de uva karateca, jaja, y además sepó(no hay otra forma de escribirlo) rico, jaja, y también me gusta reirme de todo, comer chocolate, pastel y cantar, bambambam barararararara, y así mientras bailo, jajaja Por último!!! deseo ser vagabunda o trotamundos, jaja, aunque lo segundo suena más bonito, así que me gustaría que me regalaran un bastón negro para cuando ejerza mi profesión o unos tennis-botas con suelas enormes para poder subir montañas y vadear rios, jaja

8/6/08

Sinuoso goteo

Estaba sentada frente a la ventana. En silencio. Sólo viendo caer la lluvia.

Era una mañana gris y fría. El viento hacía vibrar las copas de los árboles y llegar a mí el bramido de la lluvia al caer.
No tenía nada que hacer… o quizás no deseaba hacer nada, sólo olvidarme de mí misma y fundirme en el suave murmullo de la lluvia. Sólo eso.
Suspiré.
Mi pecho subió y bajó. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Pero las contuve, no me convenía llorar por ellos… no tenía caso.

Miré mi reflejo en el cristal.
El cabello me caía en desordenados mechones y tenía el pijama sucio y arrugado, mal puesto. El camisón me cubría descuidadamente el cuerpo. Era lo único que llevaba encima. No necesitaba nada más… si por mí fuera andaría desnuda… pero tenía frío.

Busqué a tientas la taza en la mesita de noche. Mis dedos tropezaron torpemente con la superficie. La tomé y la llevé a mis labios.
Todavía estaba caliente. La sentí pasar por mi garganta. Era espesa y viscosa.
Las lágrimas desaparecieron de mis pupilas y una grotesca sonrisa apareció en mi rostro. En los labios todavía tenía un poco de sangre.
Bebí hasta el último sorbo y dejé la taza con la roja mezcla en la cómoda. No había nada como un trago de sangre en una mañana fría.
Me limpié las gotas que todavía me resbalaban por la barbilla y me incorporé.
Mis pechos bailaban debajo del camisón. Solté una carcajada. El eco de la risa repercutió en la alcoba de forma espeluznante.
Sin dejar de reír recorrí el breve espacio de mi cuarto y entré al baño. Me deslicé el camisón por la cintura y lo arrojé al suelo, abrí la llave y dejé que el vapor del agua caliente llenara el lugar. Después me metí a la ducha.
Mi piel me ardía y se estremecía contra el chorro de agua hirviendo, pero no me inmute. Me quedé completamente inmóvil unos minutos, luego me enjaboné el cabello. Mi piel dejó de estremecerse.
Terminé de ducharme y salí del baño.
El agua me escurría en gruesas gotas por el cabello y la piel mientras buscaba una toalla.
Mierda… no la encontraba.
Arrojé algunas cobijas al suelo y removí entre las sábanas y demás cosas que había en la cama.
Al fin la encontré, debajo de un par de papeles y ropa limpia.
Me sequé con desesperación. Tenía frío.
Mi piel estaba sensible por la ducha. Abrí el cajón de la ropa interior y saqué unas bragas blancas y un sostén azul. Me los puse y luego cogí unos jeans desteñidos y un jersey blanco. Hice lo mismo.
Me miré al espejo.
Todavía tenía el cabello mojado… pero no importaba.
Mi piel era blanca y delicada, las pupilas me brillaban un poco, con un extraño tinte demente.
Agarré las llaves de la repisa y salí al pasillo.
Las puertas de los demás departamentos se sucedían en el pasillo, pase sin prestarles atención y bajé a paso rápido las escaleras.

Una leve llovizna caía en la calle. No había gente. Compuse una cálida sonrisa en el rostro y caminé por la acera.
Pequeños charcos de agua y luz se extendían en el pavimento. Un par de bombillas iluminaban las aceras pese a que la noche había terminado.
Mis zancadas eran rápidas y firmes.
¡Maldición!
No había nadie…
Di una vuelta en la esquina y salí a una avenida más transitada.
Nada.
Sólo los esporádicos coches revelaban algún signo de vida.
Tenía el jersey empapado. Las gotas de agua se deslizaban por mi rostro… como lágrimas.
Comencé a sentir un breve ardor en la nuca. Mi respiración se aceleró un poco. No tenía tiempo

Mis pasos se volvieron más furiosos y febriles. Caminé un par de cuadras más… Nada.
Luego lo vi. Era terrible y macabramente perfecto. Todo lo que yo necesitaba.

Estaba sentado en una de las aceras. Tenía la cabeza apoyada en las manos con un gesto de frustración y era alto y delgado como un dios.

Miré las ventanas, buscando…
Nadie. Todas las cortinas estaban echadas. No había luz en su interior.

El ardor de la nuca se extendía, inexorable, por mi cuello.
Invoqué el poder de la sangre y me fundí con la lluvia, Mis pasos se volvieron tan tenues y escurridizos que parecía que no existían.
Me situé detrás del chico y coloqué mi mano entre su espesa cabellera negra.
Se volvió, extrañado. Abrí la boca, quizás para preguntar quién demonios era yo, pero lo miré a los ojos, me zambullí en la luz de sus pupilas y penetré en el entramado plano de su cerebro. Utilicé toda mi fuerza y rompí un par de redes de pensamientos.
El chico cayó desmayado ante mí. Sus ojos eran negros.
Junté otra vez todo mi poder y lo hice despertar. Tenía la mirada confundida, el rostro vagamente enfebrecido. Mi miró sin comprender. No recordaba ya nada.

-Vamos tesoro, hay que ir a casa – alargué mi mano derecha hacía él, la tomó con fuerza y se incorporó.
Parecía un joven príncipe. Su cara era blanca y tersa, infantil; sus labios estaban levemente entreabiertos…
Me acerqué y lo besé, metí mi lengua entre sus dientes y sentí la humedad de su boca. Jadeó un poco y me besó con furia.
¡Pobre ingenuo!
Me alejé de él y lo arrastré por las calles, de vuelta a mi casa. Sentía su mirada fija en mí.
Llegamos al edificio. Subimos por a mi departamento. No dejaba de verme.
Metí la lleva y giré el picaporte. Empujé suavemente la puerta.
Él entró sin rechistar. Dejó de verme y observó, maravillado, el lugar. No era para menos. Una tenue penumbra lo cubría todo, los muebles eran perfiles vagos que se dibujaban en medio de una negrura total, rasgada apenas por el brillo rojo de las paredes pintadas de sangre… aunque eso él no lo sabía.

-Cariño, siéntate, voy por agua – me obedeció, se sentó en la cama y me miró.
Llegué a la cocina y llené un vaso de agua. El dolor de la nuca seguía extendiéndose. Ahora un tenue malestar me sacudía los hombros.
Cogí un cuchillo y el vaso de agua y caminé hacía el lecho. El deseo me revolvía las entrañas
Él me observaba impaciente.
Me senté al lado de él y le alargué el vaso. Sin dejar de mirarme se tomó el agua a pequeños sorbos. Dejó el vaso vacío sobre la cómoda.
Sujeté el cuchillo con la mano derecha. Él no se había dado cuenta.
Me acerqué y rodeé sus hombros con mi brazo, lo atraje hacía mí y lo besé, lenta y cadenciosamente. Rodeó mi cintura con sus brazos.
Acerqué el cuchillo hasta su cuello. Mi respiración se volvió más agitada. El ardor de la nuca se había extendido tanto que los ojos me escocían. La vista se me nubló.
El cuchillo estaba sobre su cuello. Él tenía los ojos cerrados, sin sentir el frío del metal sobre su piel.
Deslicé el filo del metal por su cuello, cortando la fina carne, sentí las gotas de sangre escurrirse por mis dedos.
Dejé de besarlo y lo miré.
Se llevó las manos al cuello, horrorizado.
Las deslizó por la herida y luego las puso frente a sus ojos, sin poder creer lo que veía. Sus palmas estaban rojas de sangre.

Volví a invocar el poder con la poca fuerza que todavía tenía y rompí un par de conductos de su cerebro. Su mirada se extravió, ya no me veía, ni sentía la sangre que le escurría por el cuello y le manchaba la camisa.
Mi corazón latía lentamente, bombeando a duras penas la sangre que todavía tenía en mi organismo.
Ya no podía distinguir bien las cosas, mi vista estaba completamente atrofiada, la poca energía que todavía tenía se había esfumado.
Me arrastré por el lecho, hasta su cuello. Abrí la boca, ansiosa.
El ardor me abrasaba las entrañas, una presión en el pecho me impedía respirar, mi corazón dejó de bombear…
Mis manos se asieron sin fuerza a su nuca, acerqué mis labios a su herida… Succioné, rápida y febrilmente, al borde de la muerte.

El ardor empezó a desaparecer
La energía regresó otra vez a mi cuerpo.
Seguí succionando.
Después me sentí satisfecha. Alejé mis labios de su cuello, limpié las gotas que me escurrían por la barbilla.
Besé sus labios, blancos como el papel y le cerré los ojos.

Tomé una taza que descasaba sobre las sábanas y la acerqué a su cuello. Vacié la poca sangre que todavía manaba y, cuando la taza estuvo rebosante, la dejé sobre la cómoda.
Un brillo siniestro iluminó mis pupilas.
Tomé el cuchillo y comencé a descuartizarlo. Metí sus miembros destazados en una bolsa negra y salí a la calle.

Había dejado de llover, la luz se filtraba a través de las nubes rasgadas y la gente transitaba por las ceras.

Caminé. Después de un tiempo las piernas empezaron a dolerme, el bulto se deslizaba de mis manos. Pero no faltaba mucho… sólo un poco.
El hedor de la bolsa se hizo insoportable, tenía que tener cuidado para que los demás transeúntes no lo notasen… el olor a sangre y carne podrida, a vómitos y secreciones.

Llegué.
Era un edificio gris y derruido, Los cristales estaba rotos y las paredes calcinadas.
Entré por una ventana trasera. La penumbra era tal que no distinguía nada. El olor a muerte y carne en descomposición me guiaba.
Di un par de zancadas y entré a una pequeña estancia. Los bultos negros se apilaban en el suelo. Eran bastantes… quizás cincuenta o más… uno por día… desde aquella noche…
El olor de cuerpos en descomposición se colaba por mis fosas nasales. Reprimí una arcada.
Arrojé el nuevo bulto entre los demás y salí del lugar.
Fuera había empezado a llover

No hay comentarios: